viernes, 3 de febrero de 2012

NUESTRA VIDA EN EL UNIVERSO



MISTERIO DE LA VIDA

Vivimos en lo que el eminente astrónomo Sri James llamaba «un misterioso Universo». Al científico le parece así en verdad, pues cuanto más descubre uno sus intimidades, mas bellos son los designios que se nos revelan. El hombre o la mujer ordinarios, sin embargo, envueltos como están en la marea de los sucesos del día, no parecen tener ni tiempo ni ganas de dedicar demasiada reflexión al funcionamiento de lo que parece ser una existencia inexorable y exigente.
A pesar de todo Albert Einstein, que con seguridad no era un soñador ocioso, se daba bien cuenta de la necesidad de maravillarnos. En su libro El Mundo tal como yo lo veo, dice: «La cosa más hermosa que podemos experimentar es el sentido de lo misterioso. Es la emoción fundamental del verdadero arte y el origen de la verdadera ciencia. Quien no lo conoce, quien ya no puede maravillarse, quien ya no es capaz de sentir asombro, puede decirse que está muerto, que es un cirio apagado.»
El sentido del asombro, de hecho, se ha perdido para muchos de nosotros. Lo teníamos cuando éramos niños, y entonces lo comprendíamos todo mucho mejor que ahora, en que estamos hipnotizados por los falsos dioses del progreso material. Hasta cierto punto esto es necesario en una sociedad civilizada, y mucha gente estima que es el único objetivo de la vida que pueda considerarse práctico. Hay muchos, sin embargo, que aceptan los retos de la vida como una actividad necesaria e incluso estimulante, sin creer que éste sea todo el propósito de la existencia; en este caso los numerosos misterios se convienen en una fuente de inspiración. 
Un misterio suele definirse como algo oculto o inexplicable, pero la palabra tiene un significado mas profundo e insospechado, pues deriva de una raíz griega que significa cerrar los ojos. De aquí se deduce la chocante conclusión de que la verdad está oculta únicamente porque no queremos mirarla. Pasamos por la vida con nuestras mentes firmemente cerradas ante cualquier cosa que no comprendamos inmediatamente.
Sin embargo, en la intimidad de nuestro corazón, sabemos que en el Universo hay inteligencias incomparablemente superiores al intelecto de la vida diaria. Hacia éstas debemos volvernos para encontrar las claves de los misterios. Se dice, en verdad, que tenemos derecho a exigirlas. Pero hemos de aprender el modo de hacer la demanda; y este modo empieza por el acto de volver al  sentido del asombro.
La naturaleza misma es un gran misterio, del cual a veces sólo débilmente nos percatamos. Existe hoy en día tal cúmulo de información en la literatura popular y en los programas de televisión, que difícilmente puede uno dejar de verse intrigado por la infinita variedad y belleza de las diversas formas de vida. Si llegamos a preguntarnos de que modo pudo tener lugar todo esto, se nos dirá que todas estas formas se desarrollaron a partir de prototipos simples a través de una sucesión de mutaciones enteramente accidentales. Las que proporcionaban algún beneficio
sobrevivieron, dando así por resultado el desarrollo, a lo largo de millones de años, de la vastísimamente elaborada vida de hoy en día.
Nuestro interés surge ante la astucia de este desarrollo, pero es un interés superficial. ¿Podemos creer realmente que sucedió todo por accidente? ¿No habrá acaso detrás de esta asombrosa variedad una mente y un propósito? Hay, en verdad, evidencias de que existen inteligencias directoras que controlan el comportamiento de especies particulares, y a las que los psicólogos llaman «mentes grupales». Por escoger un pequeño ejemplo, ¿cómo sabe una araña recién
nacida el modo de tejer una tela aun sin recibir instrucción de unos padres que nunca ha visto?
Podéis decir que el programa apropiado se halla establecido en sus genes, pero esto es meramente una explicación del mecanismo implicado. ¿Quién diseñó el programa, no sólo para las arañas, sino para toda la estructura de la vida orgánica; y por qué razón?
¿Cuál es, de hecho, el propósito de esta compleja película de materia viviente que cubre la superficie de la Tierra? Puede aceptarse como formando parte, simplemente, del ambiente natural; pero puesto que nosotros mismos estamos involucrados en ello debería tener mayor interés para nosotros discernir cual es su función real. Para esto, sin embargo, hemos de buscar más allá de la evidencia que nos aportan los sentidos. Nuestro conocimiento del mundo se deriva básicamente de los cinco sentidos físicos. Aprendemos por la experiencia a interpretar la información que nos suministran, construyendo esquemas de asociaciones que determinan
nuestras reacciones y nuestro comportamiento en general.
Sin embargo, la ciencia nos dice que estos sentidos, curiosamente, se hallan limitados en su capacidad de percepción. Hay muchos sonidos que nuestro oído no detecta, mientras que nuestros ojos responden a menos de una trillonésima del vasto espectro de ondas electromagnéticas conocido por la ciencia; y hay otras influencias no percibidas por los sentidos ordinarios. Resulta por tanto obvio que el mundo que conocemos es meramente una diminuta fracción de un mundo inmanifestado muchísimo más grande.
Esta idea de que existe un mundo inmanifestado es de enorme importancia. Es, de hecho, la clave esencial del misterio del Universo. Pero este trasfondo invisible no es simplemente una extensión del mundo físico. Es una especie de vibraciones y energías de un orden enteramente diferente a las percibidas por los sentidos. En el lenguaje religioso se le llama Cielo; pero no debería creerse que es un estado aislado y remoto. La leyenda esotérica nos cuenta que el Universo comprende una jerarquía de órdenes mundiales, creados por una Inteligencia Suprema o Absoluta como una estructura viva y evolucionante.
Estos órdenes mundiales no son físicos, aunque algunas de sus actividades creen la apariencia del mundo físico. Deben considerarse como esquemas de posibilidades llevadas a la existencia por la inteligencia apropiada a cada nivel particular. Los asuntos de nuestro planeta son administrados por un orden mundial muy bajo, casi el más bajo de la estructura. Es, no obstante, una creación altamente inteligente, de la que los atributos físicos percibidos por los sentidos son una mera sombra. Es una estructura de la que se espera que, al final de su propio y vasto período de
tiempo, crezca en estatura de modo que su energía pueda retornara la Fuente.
Para que esto suceda, sin embargo, ha de ser capaz de recibir influencias de niveles superiores, y para esto ha de existir un medio adecuado a través del cual puedan transmitirse estas influencias.
Tal es la función del extraño fenómeno de la vida orgánica. Podemos comprender esto en algún
grado en términos físicos. En ausencia de vegetación la energía del Sol, de la que depende la Tierra, reflejada inútilmente (como ocurre con la de la Luna). La película de vida orgánica atrapa la energía y la pasa a la Tierra.
La Tierra inmanifestada está sometida a influencias mucho más sutiles, las cuales son recibidas por los aspectos psicológicos de la vida orgánica, incluyendo al hombre, quien tiene un papel particularmente importante que jugar en este esquema. Estas influencias son de una cualidad bien distinta de las que dirigen el comportamiento físico del mundo, y es con estas influencias conscientes que tiene que ver la enseñanza esotérica.
Resulta obvio, por lo tanto, que la vida orgánica no es simplemente un accidente como los científicos parecen creer. Ha sido creada para un fin especifico, que trataremos de entender, y es dirigida por una inteligencia de orden elevado. Se caracteriza por una actividad incesante, para la cual hay, nuevamente, una significativa razón. Cualquier sistema natural tiende a  degenerar en una situación de quiescencia en la cual no queda energía disponible para el trabajo útil, situación conocida como de máxima entropía. La Naturaleza, por lo tanto, dispone que todas las criaturas vivientes estén obligadas a hacer un constante esfuerzo por sobrevivir, y la energía así generada mantiene a la vida orgánica en su conjunto en una condición adecuadamente activa para el ejercicio de las funciones que le son requeridas. El esfuerzo, en verdad, es una exigencia fundamental en el Universo, y resulta sombrío pensar que el desubicado idealismo de hoy en día, al intentar hacer la vida uniformemente fácil, está reduciendo a la humanidad a un estado de
impotencia espiritual.
Ahora bien, aunque estas ideas pueden ser interesantes, parecen algo remotas y académicas. ¿Es que las ampliamente diversificadas y a menudo bellas manifestaciones de la vida sobre la Tierra, existen sólo para el beneficio de un Universo vasto e impersonal, que ha estado evolucionando lentamente a lo largo de millones de años, y que presumiblemente continuará su inexorable curso durante innumerables eones más? Si es así, ¿cuál es la situación del hombre, que vive en y es parte de esta estructura? ¿Es él acaso, como alguna gente cree, simplemente un animal muy sofisticado que ha desarrollado facultades y poderes desacostumbrados, pero que individualmente es de nimia importancia?
Esta no es una idea aceptable, pues tenemos la convicción innata de un destino individual significativo, lo que viene reforzado por el hecho de que el hombre esté claramente equipado con facultades superiores, y en particular la capacidad de pensar y razonar, y de experimentar emociones como algo distinto de las sensaciones. Los animales, e incluso las plantas, tienen sentimiento y, en algunos casos, un limitado poder de razonamiento, pero éstas son reacciones instintivas como respuestas condicionadas a estímulos externos. El hombre se distingue por la
posesión de una mente individual que le permite interpretar sus experiencias más conscientemente.
Como resultado ha sido capaz de establecer, a lo largo del tiempo, un considerable grado de comunicación con sus semejantes. Ha observado el comportamiento de su entorno con detalle, y ha edificado una prodigiosa biblioteca de conocimientos. Sus percepciones emocionales responden a los evasivos valores de la verdad y de la belleza, los cuales han inspirado las grandes obras de arte y de música, de poesía y literatura, de descubrimientos y aventuras, que nos han proporcionado una herencia tan valiosa.
Todo esto es con seguridad algo extra. A pesar de su arrogancia el hombre es físicamente una parte muy pequeña de toda la estructura de la vida orgánica, la cual parecería cumplir bastante adecuadamente las exigencias de la evolución cósmica. ¿Por qué, pues, habría necesidad de crear al hombre, con sus poderes superiores (los que, en verdad, parece usar a menudo en forma tan irresponsable)?
He aquí ante nosotros el gran misterio que debemos intentar dilucidar si es que hemos de hacer uso adecuado de la vida que se nos ha dado. Durante un tiempo se nos permite tomar las cosas como vienen, pero, habiéndonos establecido en la vida, comenzamos a hacer preguntas y a buscar la comprensión de las cosas. Ahora bien, hemos visto que la vida actúa en general como un medio para la transmisión de influencias extraterrestres. La leyenda esotérica dice que el hombre
es una creación especial provista de una gama de potencialidades extraordinarias y no solamente respecto a su intelecto. Dice asimismo que estas facultades, si se ejercen adecuadamente pueden extraer de las caleidoscópicas situaciones de la vida una cierta forma de energía que es como el néctar de los dioses. Consideradas las cosas en estos términos, el hombre no es, en modo alguno, de nimia importancia. Este es en verdad el motivo de haber sido creado; pero no hay ocasión para vanagloriarse pues la mayoría de nosotros no sólo deja de hacer uso de estas facultades extra, sino que ni siquiera se percata de su existencia.


Gurdjieff en Accción
J. H. Reyner
(alumno de Maurice Nicoll)